Antes de que se inventaran los espejos y los teléfonos inteligentes, la única forma de vernos la cara era recurrir a la naturaleza. Hoy en día, nos enfrentamos a nuestro reflejo en tantas ocasiones a lo largo de un día normal que no es de extrañar que estemos tan preocupados por nuestra apariencia.
No quiero ser dramático, pero en los últimos años me he encontrado resonando cada vez más con la afirmación de Fernando Pessoa de que "el inventor del espejo envenenó el corazón humano".
El poeta portugués –un renombrado existencialista– escribió a principios del siglo XX que "el hombre no debería poder ver su propio rostro", que "la naturaleza le dio el don de no poder verlo y de no poder mirar fijamente". ante sus propios ojos.
Casi un siglo desde su muerte, y no puedo evitar preguntarme qué será el hombre que juzgado 'contemplarse' en el agua de ríos y estanques 'ignominiosos' pensaría en cosas de ahora, cuando la naturaleza (o incluso los espejos) no es lo único que podemos utilizar para mirarnos.
En 2024, más allá de contemplar nuestros reflejos en las ventanas de edificios y vehículos o en las superficies metálicas pulidas, nos fijamos implacablemente en nuestras autoproclamadas imperfecciones a través de una pantalla en selfies, videollamadas y redes sociales.
Es no la maravilla Todos estamos muy preocupados por nuestra apariencia.
"No puedo decir cuántas veces creo que miro en una dirección y luego me veo en el espejo y soy como una persona completamente distinta, no sé quién es", dice @honey_2_the_soul en un TikTok video. '¿Qué pasaría si tuviéramos que ser el yo que vemos dentro de nuestra cabeza? ¿Qué pasa si nuestros reflejos realmente nos joden?
Históricamente, nuestras identidades estaban fuertemente vinculadas con nuestro entorno y nuestras relaciones, pero a medida que mejoró la calidad de los espejos, también mejoró nuestra autoconciencia visual que, a su vez, ha desplazado el foco hacia el interior.
Si bien la autoconciencia no es un problema en sí misma, mirarnos constantemente a nosotros mismos amplificará inevitablemente la autocrítica porque nos sintonizamos con cada pequeño detalle y perdemos de vista el todo.
Sin límites saludables, en exceso puede alimentar una obsesión dañina con la propia imagen y distorsionar la autopercepción.
Esto se multiplica por diez cuando se añade tecnología a la mezcla, que, aparentemente delante de nuestras narices y más rápido de lo que hemos tuvo tiempo de adaptarse mentalmente a – transformó completamente la forma en que percibimos nuestro valor, obligándonos a ser so conscientes de cómo nos vemos y cómo "deberíamos" lucir, ahora estamos acostumbrados a equiparar la apariencia con el valor personal.